¡Mi amada hija! Eres la primera persona que tus padres amaron incluso antes de conocerte.
Desde el momento en que supimos de tu existencia, nuestros corazones se llenaron de un amor tan profundo e incondicional que desafiaba toda descripción. Antes de ver tu rostro o escuchar tu llanto, ya estábamos profunda e irrevocablemente enamorados de ti. Eras un sueño acariciado, una promesa de alegría y esperanza sin fin.
A medida que crecías dentro de mí, cada aleteo y cada patada era un recordatorio del milagro que estaba por venir. Nuestros corazones latían con anticipación, ansiosos por darte la bienvenida a nuestras vidas y colmarte de todo el amor que teníamos para darte. Fuiste nuestro primer amor, la encarnación de nuestras esperanzas y sueños, y la fuente de nuestra mayor felicidad.
En el momento en que llegaste, nuestro mundo se transformó. Tus pequeñas manos, tus suaves llantos, tus ojos inocentes… todo en ti llenó nuestros corazones de una alegría indescriptible. Te amábamos intensamente, con una intención protectora, con una profundidad que nunca antes habíamos conocido. Eras el centro de nuestro universo, la luz que iluminaba nuestros días y nuestras noches.
A medida que creces, ese amor se hace más profundo. Con cada sonrisa, cada logro, cada momento compartido, nuestro vínculo se fortalece. Eres un testimonio viviente del poder del amor, un recordatorio de la belleza y la maravilla de la vida. Nuestro amor por ti es eterno, inquebrantable e ilimitado.
Mi amada hija, debes saber que fuiste amada desde el principio. Eres nuestro preciado tesoro, nuestro primer y eterno amor. Nuestros corazones siempre latirán de orgullo y alegría por ti, apoyándote en cada paso de tu camino.
En ti encontramos nuestro mayor propósito y nuestra alegría más profunda. Eres amado sin medida, ahora y siempre.